martes, mayo 30

escándalo

El domingo a la noche una amiga, tuya en realidad, e, estaba contando su reciente separación y los detalles de su más reciente recuperación de muebles, libros, cds, ropa, etc, que había mudado a su hermoso nuevo departamento esa misma tarde y todos (al menos yo) escuchábamos un poco escandalizados. De pronto te miró y dijo algo así como que, para solucionar equis problema, por qué vos no te casabas con su ex y listo. Fue un chiste, claro, y nunca pensé otra cosa. Pero no pude dejar de mirarla enojado y decirle “¿y yo qué?”. Y ella, haciéndose cargo, respondió que perdón e.

De pronto, el escándalo de la posesión se apoderó de mí.

Educándose

Hoy llegué a casa, volví a salir para comprar cigarrillos, me serví un vaso de coca y me pasé cuatro horas mirando tele. No es terapéutico, simplemente uno se olvida de sí mismo, de los demás y de todo el resto. Y sin ningún esfuerzo. Y sin drogas. Cuando apago la tele, el mundo, vuelve, solo que unas horas más tarde.

Mientras pensaba todo esto con una levísima sensación de culpa frente a una mujer descuartizada en SCI , pensaba en las ratitas. Si pudieran ver en 2D, científicos del mundo harían pruebas donde unas ratas bien alimentadas y con la frecuencia justa de zapping, mirarían tele hasta morir. Después encontrarían gemelos separados al nacer y descubrirían el gen de la tv y cada uno, con un simple análisis de sangre, podría suscribirse a un plan de cable realmente personalizado. Nadie tendría escapatoria. El Apocalipsis va a llegar.

Pero, por otro lado, pensaba, aunque parezca increíble, en Martin H y sus stimmungs fundamentales, como el aburrimiento. La tele no es aburrida, simplemente, saca el aburrimiento sin que se aleje el mundo. Es un aburrimiento que no aburre. Realmente es, de alguna manera, la animalidad en nosotros, algo así como que el cerebro, frente a imágenes en movimiento, queda tildado, finalmente quieto. Rara la tele.

miércoles, mayo 24

Maquinita no. 2

Hoy, corte de pelo. Dos cortes, en realidad. Hace días que lo vengo planificando, pero hasta hoy no hubo tiempo. Hace días, sí, pero sobre todo desde el sábado. Subíamos los dos, e, frente al espejo del ascensor y te pregunté si yo tenía menos pelo y tu prolija respuesta fue que así, con el pelo largo, se notaba un poco más. Sólo entonces lo vi. Así, con el pelo largo, un poco más. Pero no fue tan fácil, por el asunto del tiempo y por el asunto de la peluquería. Primero llamé a mi hermano que siempre se las arregla para cortarse el pelo en peluquerías cancheras. Quizá todos se cortan el pelo así, pero yo, hasta que mi hermano empezó con este asunto, nunca había considerado el asunto de la peluquería. Siempre había sido el mismo peluquero de chacarita. Desde soltero hasta su segundo hijo, dieguito, en honor al Diego. Después ya no, pero no por eso. Aunque parezca increíble, este peluquero fue una medida exacta del tiempo. La última vez que fui, me contó una historia que yo había tenido con una mina, muchos años antes, pero hasta que no terminó, y agregó detalles, no pude reconocer que era yo el de la historia. Medida exacta del olvido. No fui más.

El hecho es que el peluquero de mi hermano no atendía hoy (saqué turno para mañana a las cuatro, sabiendo que no iba a ir; ahora solo queda olvidarme de llamarlo para suspender). Vos sólo recomendaste a Rojo lejano en Caballito y yo terminé en una peluquería de Pacífico, donde, con tijeras, me hicieron un corte que sabía que no me iba a gustar apenas la peluquera empezó. Después, a tres cuadras, en una peluquería más canchera, maquinita número 2 y listo. Ahora tengo orejas.

sábado, mayo 6

Llegar

Antes que escribir, prefiero verte, ir corriendo a tu casa, esperarte ansioso en tu cama. O llegar, desvestirme en silencio y abrazarte hasta que despertemos los dos. O llegar, desvestirme ruidosamente y cogerte.
Pero hoy estoy en casa y abro un blog. Algo es algo.