lunes, agosto 14

hábitos indecidibles

Mañana, 7:20 am, salgo a Bahía Blanca. La ciudad de... ¿la merluza? Para el regreso, tendrán el diario de viaje más excitante que hayan leido: "36 horas en BB"

kill me softly

Fui en pleno furor clausurita post crogmanon, por recomendación de mi hermano. Buenos Aires posguerra, todo cerrado salvo las milongas, casa chai y kn. La primera vez fui solo y casi me violan en el baño. Pero fue un alivio encontrar un lugar abierto, y lleno gente rara. Volví a ir un par de veces, ese mismo verano, en plan cita y en plan preguntále. Con mi cita, volvía ver a la misma gente que había visto, unas semanas antes, en una fiesta a la que había ido con mi amigo NB, donde él se encontró con su amiga MS. Incluso saludé alguna gente y le conté a ella, a mi cita, quienes eran. También pensé en una chica que había conocido en esa fiesta. Cuando me había acercado a ella y le había dicho que creía conocerla de algún lado, con su mejor energía negra, me sacó cagando. Un rato después charlamos y descubrimos que los dos teníamos tritones y que a ella le llovía el techo del cuarto y a mi no. Mi cita me dejó un par de semanas después por un chongo que conoció en Salta y yo conocí, casi al mismo tiempo, el cuarto donde había llovido y a la tritona. Nunca volví a ir a kn.

Pero últimamente todo el mundo anda preguntando por ese lugar. Un clásico de la noche porteña, parece. Clásico de clásicos en sólo 18 meses. Y yo me vengo a enterar, recién ahora que no se llama Kill me Novack, cual western colombiano, sino Kim y Novak.

martes, agosto 8

La costicista (mon amour)

Hay días en los que quiero mucho a mi chica. Ella es una gran fantasía, es linda, nos divertimos juntos, etc. Son la mayoría. Importan, claro, quizá son los que más importan, pero sólo de alguna manera. Pero a veces, otros días, descubro por qué pasa todo eso. Algo que ella dice, algo serio o boludo, pero siempre importante, una cara, algo que hace sin pensar en mí. Algo que puede, incluso, estar dirigido a mí, claro, o a cualquier otra persona, o a ella, o a algo inanimado, o a un libro: a cualquier cosa, digamos. Y entonces soy espectador. El amor siempre es ser un poco espectador. No únicamente espectador, o al menos, eso, el amante-espectador puro me parece un garrón como amor. Pero algo, decía, que ella hace, hace aparecer eso por lo que ella me gusta. No tiene que ver con los que tenemos, con la vida juntos, cosas en común, la experiencia de a dos. No. Es algo totalmente ajeno a mí. Algo que disfruto como voyeurista digamos. Algo que me hace pensar que quiero a esa chica enamorada de mí.
Algo que no es del orden del placer, sino de la admiración y el respeto. Ya sé que esto último, el respeto, puede parecer horrible dicho del amor. Pero no es así, salvo que se entienda mal, pacatamente. De pronto, E, haces cosas que te hacen totalmente fascinante. Sentir respeto por alguien, lo contrario de sentir lástima, cariño, refugio o miedo. De pronto, decía, esas cosas me hacen dar cuenta de porqué me gustas. Y eso, repito costié, no tiene nada que ver con todo lo que tenemos. Sino con esos que sos que me vuelve loco de ganas de estar con vos. Cómo ser fiel a eso, más allá de todo lo que somos juntos. La respuesta es obvia, claro, pero la fascinación, nunca es obvia sino evidente y siempre nueva.
Ser el voyeurista es un desdoblamiento, pero no una pérdida. No es que se pierde, justamente, el ser actor o algo así, bien inmiscuido, sino que gano eso de vos, vos, que hace que me vuelva loco, y que nunca va a ser, por así decir y por suerte, mío.
Ayer y hoy son esos días donde me doy cuenta que sos genial y de que quiero estar con vos. Que estoy con vos y que quiero.

Ontología

Llego 2 horas tarde al seminario. No queda nadie salvo el profesor dramaturgo que me mirar raro cuando le digo que vengo a su seminario. Ya terminó me dice. Pero, supongo, después recuerda que es su primer seminario, que el representa la vanguardia de la mereología formal al sur del río grande, y que el proselitismo es la base de cualquier carrera académica. Se vuelve simpático y me explica que en realidad no explicó nada, que sólo fue una introducción al tema. Me mira y auncia que varios heideggerianos se fueron después de su introducción. Espera algo así como que le diga que no soy heideggeriano y yo quiero decirle que sí lo soy. Pero sólo digo ¿por lo de ontología? No sé, me dice, sabés de qué se trata?. Pienso que estoy rindiendo examen de programa, pero le digo que yo estudié fenomenología. El diálogo no avanza y vuelvo a decir que estudié fenomenología. Sólo dos horas después me doy cuenta que no hay algo así como una materia que se llame fenomenología. Finalmente el dice algo de la tercera meditación y ahí empezamos a entendernos. Empieza a mostrarme los textos que tengo que bajar de una cuenta de gmail que abrió para la materia. Me dice el nombre de la cuenta, me dice el password y yo insisto varias veces que también necesito el usuario. El me dice el nombre de la cuenta y yo digo que ya lo antoé pero que necesita el usuario. Es el mismo, me dice y yo entiendo. Lo saludo, le doy la mano para saludarlo y me voy.
Todo el día fue así. Me siento muy simpático pero no logro entender nada de lo que sucede afuera.

Igual me pregunto por esas raras coaliciones de personas que se disputan una palabra. Ontología. Decir ontología y proponer un lenguaje formal parece ser un chasco para alguna gente. Igualmente supongo que ningún heideggeriano habrá ido al seminario. Las disputas fantasía de la facultad, en general solo ocurren en las mentes de uno solo de los involucrados.

Creo que sigo sin poder comunicarme.

martes, agosto 1

Equis

Alguien estaba hablando, me estaba hablando. Del cáncer. Yo le había contado que mi primo habían tenido cáncer y que había se había curado, ella me contaba de alguien que conocía que tenía o también había tenido cáncer. Lo que se dice una conversación horrible, chusmerío morboso, las habladuría propiamente dichas. Estábamos en Nanaka, que era como mi casa en ese momento, Ricagno, Tobe, a lo mejor Dani, no me acuerdo, Sole y alguna gente más. A la gente que no le gustan los bares les cuesta entender las mesas de los bares. Hablábamos del cáncer y de pronto me acordé. No fue un recuerdo propiamente dicho, los recuerdos tiene referncias, hay personas, sentimientos, situaciones. Esto fue mucho más abstracto, casi un concepto, la idea de que un amigo mío, hacía mucho, había muerto de leucemia. No tenía con qué sostener este recuerdo, no me acordaba quién, ni cuándo, no me angustiaba recordarlo, ni me excitaba la historia. No tenia idea, pero estaba seguro, en forma totalmente impersonal, como si fuera una cuenta, algo que se sabe pero que no nos importa.
Un par de días después le pregunté a mi viejo. Me dijo que sí, que cuando tenía cinco años, un amigo, el hijo de una amiga de mi mamá que vivía en el mismo edificio, había muerto de leucemia en muy pocos meses. No creo que vaya a acordarme nunca de él.